Foto: Xilitla, San Luis Potosí
Por Salomé Martínez
Ahualulco y Xilitla son dos pueblos potosinos, distantes 400 kilómetros uno del otro. En Ahualulco esta enterrado mi cordón umbilical bajo las raíces de un garambullo, en Xilitla mi alma cuelga de las ramas de un árbol de ceiba; entre cerros de cantera rosa y frondosos encinos esta el primero, una iglesia de piedra y su torre pintada de azul rey sobresalen desde que se baja por el cañón de yerbabuena.
El paisaje es cambiante, ahora los magueyes aparecen y las nopaleras llenas de tunas rojas, blancas y amarillas bordean los caminos que conducen hacía el pueblo. Una joven mujer de largo cabello negro y brillante ordeña una vaca, un lugareño apura unos burros cargados de quesos y miel de abeja es Domingo, y el mercado instalado en la plaza, es una mezcla de aromas y colores, hortalizas recién cortadas, carnitas de cerdo, barbacoa de borrego, loza de barro, charamuscas, quesos de cabra y gorditas de horno hasta para lamerse los labios por su sabor se apilan a lo largo de varias calles. Una autopista sin caseta de cobro y con ciclovía en medio del camellón lo comunica con la capital, San Luis Potosí, distante 40 kilómetros y de donde provienen casi la mayoría de los miles de compradores.
Foto: Iglesia de ladrillo, Ahualulco, San Luis Potosí
Ahualulco es un pueblo limpio, de clima fresco, con sus patios llenos de geranios y claveles y sus casas están construidas de piedra y ladrillo rojo. Aquí nació Julián Carrillo un gran músico, creador del sonido 13. He llegado a Xilitla muy de mañana, todo el pueblo huele a café de olla, las nubes aún se amontonan sobre sus calles empedradas, que bajan o suben en círculos, en el mercado son otros aromas, Chocolate, vainilla, flores de azahar, orquídeas, bocoles y cecina. Dormí en un viejo camión cargado de naranjas y me desperté con el cacaraqueo de unas gallinas amarradas en la parrilla de una bicicleta.
El camino que conduce hacía el castillo surrealista de Edward james, Es un catálogo de matices del color verde, que de pronto lo interrumpe un rojo bermellón de alguna flor de orquídea o el amarillo de un racimo de plátanos. Pero no me detengo aquí, yo voy hacía Tocoy y otros hermoso pueblos de la Huasteca Potosina donde encuentro esa misticidad y esa tranquilidad en medio de la selva con sus animales que asemejan un paraiso de Dios. Ya de regreso el autobús se acerca a Monterrey, a lo lejos una gigantesca nube de smog cobija a la ciudad, dormito un momento, pero me despiertan los vociferantes insultos de un regordete taxista, el otro automovilista, una bella mujer rubia le devuelve la afrenta con una rayada de madre con el claxon, mientras no deja de hablar por celular. Al fin he llegado a tierras regias mi segunda casa.
(Con información y fotos de Aristeo Jimenes)